martes, 11 de agosto de 2009

Adiós, Dani

Sábado, 8 de agosto. 22:30 horas. Me vienen a buscar tres amigos para salir por la noche por el pueblo. Al ver mi cara se sorprenden y me preguntan: “Andrés, ¿qué te pasa?” Después de que lo repitieran tres veces y, como pude, contesto lo que una hora antes me había dicho Stuart sorprendido en llamada telefónica desde Barcelona y que, después, pude corroborar escuchando la radio: “Dani Jarque, el capitán del Espanyol, ha muerto”. No me lo quería creer y sigo sin querer creérmelo. No podía ser que el chico al que había visto jugar hacía apenas cinco días, al que le habían dado la capitanía hacía apenas veinte días, al que le tocaba ser padre apenas dentro de un mes, hubiera muerto. No podía ser. No podía ser que uno de los mejores jugadores del actual Espanyol, un chico de apenas 26 años, un chico en plena forma, sano, fuerte, hubiera muerto. No podía ser. Pero era cierto. Al poco tiempo comienzan a llegar los primeros mensajes y llamadas de móvil, dando ánimos, de diferentes amigos: Alberto, Irina, Sònia, Adrià, Laia, Gemma, Magda… pero seguía sin querer creérmelo. E instantes después, como si fuera un presagio, comienza a llover muy fuerte. Tormenta. El cielo lloraba su muerte. Pero al igual que me daban señales de ánimo, también había quien, por egoísmo, falta de sentimentalismo o por algún motivo X, decían “¿y estás así por eso? ¡Pero si sólo era un futbolista!” No. No era sólo un futbolista. Aunque no lo conocía personalmente, lo había visto en directo en varias ocasiones y Dani se hacía querer aunque no lo conocieras. No era un simple futbolista de esos de los que se suele decir que “pasan por un equipo”. Dani sentía los colores y era de esos futbolistas que, como pasa también con Raúl Tamudo, todo niño sueña ser cuando sea mayor. Dani era un ejemplo de espanyolismo. Dani había pasado catorce años de su vida dedicándolas al Espanyol. Desde los 12 años. Era un ejemplo de saber hacer tanto dentro como fuera del campo. Por eso Mauricio Pochettino lo había designado capitán. Y es por eso que Vicente Del Bosque pensaba llamarlo este año a la Selección. Estaba considerado uno de los mejores centrales de la Liga española. Y junto con Nico Pareja hacían una dupla difícil de quebrar. Ahora esa dupla se ha quedado medio huérfana. La prueba de que no era tan sólo un futbolista la encontramos en que aficiones contrarias como las del Barcelona, el Real Madrid, Betis, Sevilla, Atlético, etc. han mostrado su dolor incluso yendo al improvisado altar que se le ha hecho en la puerta 21, el número de su dorsal, del nuevo Estadio de Cornellà-El Prat, el que él inauguró en el único partido en el que pudo ser capitán. El mismo Estadio que, estoy convencido, llevará su nombre. Se lo merece. Porque Dani lo ha dado todo, literalmente, hasta la muerte, por el Espanyol. Un paro cardíaco, de esos que no se pueden prevenir, se nos ha llevado a Dani Jarque. Un maldito paro cardíaco de un chico que está, perdón, estaba mucho más sano que muchísima otra gente que vive muchos más años. Un maldito paro cardíaco que se ha llevado a una buena persona, que nunca tenía un “no” cuando alguien se le acercaba por un autógrafo o una foto y que, aunque tímido, siempre respondía a las preguntas de los periodistas o siempre estaba dispuesto a salir en una rueda de prensa. Y ahora es cuando tanta gente se pregunta: “Si Dios existe, ¿por qué se lleva a personas como Dani, tan buenas, y deja a otras que sólo hacen mal a la sociedad?” Eso nunca lo sabremos. Hoy se abre la capilla ardiente en el nuevo Estadio con el cuerpo de Dani. Me gustaría haber estado. Pero no ha sido así. Así que, Dani, te dedico este escrito. Y ten por seguro que si marco algún gol (soy defensa, como tú) en el Campeonato de este verano, te lo dedicaré. Tenlo por seguro. Aunque sigo sin querer creérmelo. Quiero pensar que todo es una broma y que, la próxima vez que vaya a un entreno o a un partido del Espanyol, ahí estará Dani, con su pelo largo recogido con una cinta y su sonrisa detrás de la barba de unos cuantos días. Y que le pediré una foto junto a él y me dirá que “venga, va”. Y sé que estará. Aunque no de cuerpo presente. Pero estará. Porque él nunca nos abandonará. Descanse en paz Daniel Jarque. Eterno capitán. Eterno 21. Eterno Dani Jarque.

miércoles, 17 de junio de 2009

La sanidad norteamericana: ¿modelo a seguir o modelo de marginación?

Como todo el mundo sabe, en Estados Unidos hay la mejor sanidad (en términos de efectividad a la hora de curar), posiblemente, de todo el mundo. De hecho, cuando alguien está tan enfermo que es muy difícil su curación, el recurso suele ser irse a Estados Unidos, porque en este país suelen estar los mejores especialistas de todas las materias. No importa dejarse mucho dinero en el intento, porque sabes que si allí no te lo curan, con total probabilidad, lo que tengas va a ser incurable. Este sistema podría ser muy bueno y muy positivo si de él gozaran todos los habitantes de Estados Unidos. Pero no es así. El sistema sanitario norteamericano está hecho, más bien, para clases sociales con un cierto poder económico. Allí nada es gratis. Todo es privado. O pagas o no tienes derecho a la sanidad. Allí no tienen un sistema de salud como, por ejemplo, el Sistema Nacional de Salud de España. Y hablar de Seguridad Social es pedir demasiado. Pero, obviamente, todo puede cambiar. Aunque, en este caso, pocos visos de cambio se ven, a parte de algunas tímidas reformas, sobretodo por parte del Partido Demócrata cuando llega a la Presidencia de los EEUU. Porque, con el Partido Republicano, se podría aplicar aquel refrán que dice aquello de “no le pidamos peras al olmo”. Pero claro, es comprensible. Si miramos quién financia parte de las campañas electorales tanto de un partido como de otro, no es de esperar que en el ámbito de la sanidad no se desprivatice nada. Y esta financiación no viene de otro lado que de las empresas farmacéuticas, multinacionales, etc. Y, claro, sería un suicidio para el Presidente de turno, cuya campaña ha sido financiada por estas empresas privadas, hacer una ley cuyo objetivo sea desprivatizar este sector. ¿De dónde sacaría entonces la financiación? Además, hay que contar con que las clases más influyentes en el panorama norteamericano son estas mismas que financian las campañas electorales: empresas farmacéuticas, compañías de seguros... e, incluso, la patronal. Y estas clases son las que, precisamente, no quieren que se les vaya de la mano el negocio sanitario, aunque gran parte de la población (la que no tiene tanto poder económico) demande un servicio sanitario igualitario, eficaz y equitativo. Las empresas farmacéuticas no lo quieren porque así pueden competir mejor con sus rivales, es decir, si sacan un medicamento novedoso y muy bueno lo comercializarán a un precio al que puedan sacar los máximos beneficios posibles. Las compañías de seguros y la patronal por el hecho que cuando alguien consigue un trabajo tiene derecho a que él y su familia tengan seguro médico. Pero eso es un arma de doble filo, puesto que si pierden el trabajo, pierden también el seguro para el trabajador y su familia. Por tanto, la empresa puede garantizar la producción y el trabajador puede ver restringida la movilidad hacia otros empleos por miedo a perder la cobertura médica. Sin duda, todo esto tiene que cambiar. No puede ser que un país que dice tener la mejor sanidad, 46 millones de personas no tengan acceso a ella. Ahora Obama dice que quiere ampliar la sanidad a un espectro más amplio de la población. Que los norteamericanos recen para que lo consiga.

sábado, 14 de febrero de 2009

El futuro sanitario.

El sistema sanitario español se encuentra en un momento el cual podríamos denominar “crítico”. En un período de crisis económica, en el que el sistema económico tanto español como mundial no es nada bueno, se pretende que la sanidad pública española continúe ofreciendo las mismas gratuidades o, incluso, más servicios gratuitos. Ese montante económico no es posible de asumir por las arcas públicas, debido al fuerte gasto que ya realizan en este servicio.

La sanidad es el servicio público al cual se destina una partida presupuestaria mayor y, aún y así, debería tener una mayor financiación para dar un servicio más acorde a las necesidades de la población. Es por ello que se han dado dos alternativas al sistema sanitario español actual: el copago y el sistema mixto, o lo que es lo mismo, o un sistema en el cual tienes que pagar un precio simbólico sobre el servicio que consumes, o bien un sistema en el cual es una empresa privada quien construye y gestiona los hospitales hasta que tiene beneficios y, entonces, son traspasados al gobierno autonómico.

Países como Finlandia (país puntero en sanidad y bienestar social), Alemania o Suecia tienen un sistema de sanidad con copago y son de las mejores sanidades de Europa y del mundo tanto en el ámbito de los profesionales (médicos, farmacéuticos…) como en el de los usuarios. Y, ¿por qué no se implanta aquí también un sistema así si es tan bueno? Por el profundo rechazo que provocaría en la masa social el hecho que ahora, por un servicio público como la sanidad, se tenga que pagar mientras hasta ahora ha sido gratuito. Pero, más que nos pese, si queremos seguir teniendo un sistema sanitario de calidad, equitativo y eficiente, tenemos que hacer un esfuerzo. Y, si ese esfuerzo es económico, se tendrá que hacer. Lo que no es posible es que queramos tener lo mejor y que, además, sea gratis.

Otro “punto negro” que resolvería este sistema sería la masificación. En España se va al médico una media de casi 10 veces por persona y año, muy por encima de la media de los países de la OCDE, donde van 6,8 veces. Según los expertos, nos estamos convirtiendo en una sociedad medicodependiente. A veces vamos al médico por el simple hecho de que es un servicio gratuito y eso repercute mucho en las arcas de la sanidad pública española. En cambio, con el sistema de copago, el hecho de pagar cada vez que se va al médico o al hospital, haría que la gente se lo pensara mejor y eso contribuiría a la reducción de la masificación en ambulatorios y urgencias hospitalarias.

El sistema mixto, por otro lado, consta de hacer que una empresa privada construya y gestione los hospitales y los centros de salud de un ámbito geográfico determinado por un determinado periodo de tiempo. A cambio, el gobierno autonómico, paga lo que se llama, el sistema capitativo, es decir, una cantidad de dinero fija por cada usuario adscrito a esa zona, independientemente del uso que hagan del servicio. Al finalizar ese período de tiempo, la concesión la toma el gobierno autonómico. Este modelo se lleva implementando en la localidad valenciana de Alzira desde hace diez años y se ha extendido por más zonas valencianas e, incluso, por la Comunidad de Madrid.

El objetivo de este sistema es trasladar la eficiencia del sistema privado al sistema público y, también, sanear las arcas públicas y aliviarlas del gasto que supone construir y gestionar hospitales.

Pero, los detractores de este sistema argumentan que, a raíz de aquí, se puede ir a un estado de privatización de la sanidad. Además, sostienen que este sistema tampoco es tan barato para las arcas públicas.

Aún y así, un estudio de la propia Generalitat Valenciana dice que gran parte de los usuarios, el 91%, valora muy satisfactoriamente el sistema de gestión mixto.

En mi opinión, tanto debe importar el nivel de satisfacción que den los usuarios al sistema, como el dinero que se ahorren las arcas públicas, y más, en tiempos como los actuales, marcados por la crisis económica y financiera. Así pues, según mi opinión, el sistema que mejor se adapta a este entorno es el del copago.

Un sistema donde se tenga que pagar un precio simbólico, no abusivo, a cada paciente por el hecho de ir a consulta y que, con este dinero se autofinancie la sanidad, es una buena medida para dar un respiro a la financiación sanitaria y, de paso, descongestionar las consultas de los médicos y de los hospitales. Gente que va al hospital porque simplemente tiene un resfriado se lo pensaría mejor a la hora de ir e iría, seguramente, a los centros de atención primaria.

Ahora bien, este pago no debería ser el mismo para todo el mundo. Debería ir en función de la renta de cada persona. Es decir, aquel que tenga una renta superior, pagar más que el que tiene una renta muy baja. Así se podría cumplir con los principios de equidad y eficiencia.