Aunque, lo admito, ayer no
voté. Por diversas razones, todas muy personales e igual de respetables que
las de las personas que sí fueron a votar por una u otra opción. Pero no fui a
votar porque no estoy de acuerdo en cómo
se han llevado las cosas tanto desde un lado como desde el otro. No me
siento cómodo con una consulta (o proceso participativo, como guste llamarlo)
donde todo el que la organiza está a favor de una de las opciones. No me siento
cómodo con una consulta donde el gobierno, la televisión pública y la radio
pública trabajan para favorecer a una de las opciones. No me siento cómodo con
una consulta en la que las personas que están en las mesas electorales son de
una de las opciones y donde, además, no hay listas, no hay censo, no hay
interventores y no hay nadie que vele para que sea un proceso limpio. No me
siento cómodo con una consulta donde, de antemano, ya se sabe qué opción saldrá
y, aproximadamente con qué porcentaje de apoyo (de hecho, hace unos días pronostiqué
que irían a votar unas 2.150.000 personas y que el Sí/Sí saldría con un 80% de
los votos y de poco me he equivocado).
Y, como yo, cientos
de miles de catalanes y catalanas tampoco fueron a votar. Muchos de ellos por
las mismas razones. E, incluso, algunos de los que fueron a votar lo
hicieron en blanco o de manera nula por los mismos motivos.
Pero ello no puede
hacernos menospreciar el hecho que se produjo ayer y, aún menos, el resultado.
Queda demostrado que, sea por una o sea por otra opción, la población de Catalunya quiere votar. Prácticamente no queda nadie
hoy por hoy que crea que la solución no pase por ir a las urnas. Y la
demostración de fuerza y de músculo que la sociedad catalana hizo ayer es una
prueba. Y un aviso más a Rajoy de
que la táctica del dolce far niente y de
dejar que el adversario muera por agotamiento no funciona. De hecho, cuanto
menos caso le haces, Mariano, más se moviliza. Y si el poco caso que le haces
es para prohibir, peor. Dicha táctica es posible que dé algún voto (de los cada
vez menos que le quedan al PP) fuera de Catalunya pero, a la contra, hace un flaco favor a eso que tanto aman llamado
“unidad de España” y, en definitiva, a la democracia. ¿No quedamos que “democracia”
viene de “demos” y “kratos”, es decir, “poder del pueblo”? ¿Y votar no es darle
el poder al pueblo?
Pero también es un aviso a Mas-Junqueras. No nos sirve una consulta cualquiera. Queremos una
consulta de las de verdad. No nos sirve
la desobediencia civil, así como el saltarse las normas. Cuando ha
interesado CiU ha ayudado a gobernar a partidos estatales con las mismas reglas
del juego que hay ahora. Las mismas que, desde que empezó a hacer recortes
(recordemos, fue el primero en hacerlos en todo el Estado), resulta que ya no
sirven. No nos lo tragamos.
La táctica victimista
de Mas-Junqueras ha dado sus frutos durante un tiempo. De hecho, nadie se
acuerda que allá por el 2011 cuando Mas hacía actos públicos la gente le
abucheaba por los recortes. En cambio, ahora, la gente le aplaude. Nadie se acuerda que fue el primero en
hacer recortes. Ni que CiU apoyó la reforma laboral. Tampoco que ERC ha aprobado los
presupuestos más antisociales de la historia de Catalunya bajo el mantra de “el
fin justifica los medios”. Así como, tampoco nadie, se da cuenta de algunas
(de las pocas) cosas que hace el Govern (con el apoyo de ERC) mientras nos
entretiene con el proceso. Nadie se ha enterado, por ejemplo, que la
Conselleria de Salut pretende vender nuestro historial médico a las
farmacéuticas y aseguradoras. Nadie se da cuenta de los millones que se dan
cada año en subvenciones a medios de comunicación privados mientras se cierran
plantas de Sant Pau, la Vall d’Hebrón o mientras se privatiza el Hospital
Clínic. Esta táctica ha ido bien durante
un tiempo, pero no hay que sobreexplotarla. Básicamente porque la sociedad ya está suficientemente fracturada
y el nivel de “conversión” de la gente al independentismo, bajo mi punto de
vista, ha llegado a su máximo posible (de hecho, si comparamos los votos de
ayer al Sí/Sí con los votos a partidos independentistas en las elecciones del
2012 son prácticamente los mismos, máxime si contamos con que, ayer, podían
votar, además, menores de edad hasta 16 años y, también, extranjeros).
Lo importante del 9N
es que, después, viene el 10N. Y a partir del 10N es cuando debe renacer la
política. Las reglas del juego no son inamovibles, se pueden modificar. Es más,
se deben modificar. La sociedad cambia,
avanza, y las normas deben ir en consonancia con ese avance. Ha quedado
demostrado que, si un pueblo quiere votar, votará. Que eso de someter a alguien
a la fuerza ha quedado demasiado anticuado y ya no nos sirve. Si queremos compartir techo debemos crear
unas condiciones que nos satisfagan a todos. Que si estamos a la gresca, al
final nos haremos daño.
Basta ya de dejarse de mirar de frente. Tanto los unos como
los otros. Siéntense y dialoguen. El
pueblo quiere decidir, así que déjenle
decidir en unas condiciones justas y limpias. En una consulta legal que el
Estado no impugne, sí. Pero con un debate de fondo donde la televisión y la
radio públicas sean neutrales; donde se debata y se vislumbre cuáles son los
agravios que hemos sufrido pero, también, qué tenemos gracias a estar dentro de
España; donde el Govern procure que el debate y, sobre todo, el proceso de
votación, sean justos y ecuánimes.
Compartamos techo, o
no, es una decisión libre que individuos libres deben decidir. Pero hagámoslo.
Porque, mientras estamos imbuidos en
este debate, también hay otro que debería tener tanta atención o más, y que no
la tiene. El de la fractura social y económica. El de la población
desahuciada. El de la pobreza infantil. El del paro juvenil. El debate verdaderamente importante que a
algunos ya les va bien tapar. Los mismos que ilusionan con una Ítaca de
ensueño.
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